El
Templo de la Libertad Civil
Las
pompas fúnebres de Luis Lacy en Santa
María del Mar. Barcelona 5 y 6 de Julio de 1820
¡
Catalanes, venid, venid : rodeemos el túmulo negro en que descansa el resto
precioso del más invicto héroe de la patria ! ¡ Venid : tributarle el homenaje
de nuestra gratitud y existencia política ! ¡ Dirigid al cielo vuestros
inocentes y constantes votos ! ¡ Acompañadme, en ofrendas, a regar el suelo
árido que sirve de asiento al melancólico féretro en que reposan sus huesos...
Llorad: llorad inconsolables....dividid vuestros columbinos
pechos...clamad...pedir...pero no, catalanes...no mas muestras de ternura, de
dolor...Lacy vive en nuestros corazones...Lacy en sus ricos restos nos deja
prendas de valor, constancia, virtud y heroísmo...Lacy desde la losa fría nos
capitanea...Lacy será eternamente memorable en los fastos de la historia...: y
Lacy, en fin, es el norte firme de todo buen constitucional...Sus huesos
descansan: su memoria es eterna...Su sangre se vertió : ejemplo nos da...Su
espíritu voló: sus virtudes viven, vivificando al legítimo amante de su patria
e independencia...”.
Con estas palabras, desde un escrito publicado en el
Diario Constitucional de Barcelona el 5 de Julio de 1820, Luis Gonzaga de
Oronoz, fraile franciscano de origen mejicano desterrado en el convento de esta
orden en Barcelona , llamaba a los catalanes a acudir a la Iglesia de Santa María del Mar para honrar los restos de
Luis Lacy en las pompas fúnebres convocadas para ese mismo día en este templo
barcelonés del barrio de la Rivera. Oronoz, que tres meses antes, el 22 de
Abril, se había dirigido “ a la heroica nación española” desde las páginas del
mismo diario dando cuenta de su compromiso con la revolución española y antes con
la insurgencia mejicana- lo que le valió su destierro a la Península- , era uno
más entre los que en aquellos día se rindieron ante la figura heroica del
llorado Lacy, del que se hacía
discípulo, dejando su firma como admirador del militar gaditano.
Sin duda alguna no hubo para los barceloneses
del Trienio Liberal (1820-1823) otro
héroe más popular y querido que Lacy,
víctima del absolutismo fernandino tras encabezar en Cataluña un
pronunciamiento militar que, fracasado, le llevaría finalmente al cadalso. Al
regreso de Fernando VII del exilio
francés en 1814, Lacy había sido
tachado de liberal y separado del mando,viéndose obligado a retirarse del
servicio activo y a refugiarse en su casa. Desde entonces no paró de conspirar
contra el gobierno absolutista, poniéndose en 1817 al frente de un movimiento
insurreccional que debía empezar en Barcelona en compañía de otros militares de
rango, conjurándose para acabar con un régimen que estaba maltratando las
libertades sancionadas por la Constitución de 1812. Lo sucedido es conocido :
fueron delatados y fracasó el levantamiento, muchos de los que se habían
conjurado con él le abandonaron, el general Milans del Bosch, otro de los
implicados, tras ser detenido pudo alcanzar la frontera y pasar al exilio, y finalmente
Lacy fue hecho prisionero, como muchos de sus oficiales e individuos de tropa,
y encerrado el 11 de Abril en los calabozos de la Ciudadela barcelonesa fue
juzgado en un consejo de guerra y condenado a muerte. Ochenta días después, en
la noche del 30 de Junio , con la máxima discreción por miedo a una sublevación
militar y a la alteración del orden
público, el guerrero gaditano fue sacado de la prisión barcelonesa y embarcado
en el puerto de la Ciudad Condal con destino a la isla balear mayor, a donde
llegó el 3 de Julio abordo de la polacra
de guerra Carmen. A los dos días , en la madrugada del 5 de julio, sería
fusilado en uno de los baluartes del castillo de Bellver. Así acabó la vida de
uno de los caudillos más aclamados de la guerra de independencia, y defensor de
la causa de la libertad durante los primeros años del Sexenio, una época ésta
que la historia reconoce como insaciable de venganzas y odios no disimulados,
en la que muchos constitucionalistas cayeron bajo las inmisericordes leyes del absolutismo
monárquico de Fernando VII y sus serviles.
En
1820, tras el triunfo de la causa liberal, el pueblo de Barcelona quiso
recuperar los restos de su héroe, trasladarlos a Barcelona, y rendir tributo de
admiración al mártir de la libertad en sencillas pero magníficas honras
fúnebres. El deseo compartido por todos los barceloneses era, además, el de
respetar la memoria de su héroe y levantar en su honor monumentos que
recordaran para siempre a sus descendientes la gloria de sus acciones y
convertirlas en ejemplo perenne para todos los catalanes. Para estos la memoria
del mártir de la Patria debía ser eterna después de la empresa del 6 de Abril
de 1817 que, aunque fracasada, puso la primera piedra del gran edificio de la
libertad de Cataluña, como lo recordaba en aquellos días el Diario Constitucional de Barcelona : “ ¡
Mártir de la Patria, tu memoria será
eterna! Solo tus restos nos queda que honrar; ya no ecsiste en el mundo civil,
pero si en el político en el que con tu egemplo animaste el fuego sagrado de la
libertad para que llegase esta época....Acordaos ¡ Catalanes ! De que el héroe
que el año 12 le visteis brillar y arrollar las huestes enemigas que asolaban
vuestra Patria, le visteis también en el año 17 encerrado en la torre de esa
Ciudadela, cual si fuese un infame delincuente, por libraros del iniquo yugo
que os abrumaba....” (16-III-1820). Terror de las águilas francesa y
restaurador de Cataluña, victima de su propio patriotismo, se decía, Lacy
merecía los elogios de todos los buenos ciudadanos barceloneses, y que se le
recordara eternamente por su celo como jefe, por su pericia y serenidad ante
los enemigos de la libertad, por su sabiduría, y sobre todo por su heroicidad
al enfrentarse al despotismo desatado por el rey Fernando y su camarilla. A
nadie más que a Lacy le debería eterna gratitud y memoria Cataluña.
El
10 de marzo de 1820 se juró solemnemente la Constitución, día venturoso para
los barceloneses lanzados a la calle al grito de ¡Viva la Religión, viva la
Constitución, viva el Rey, viva la Nación !, mientras Altés y Gurena (Selta Runega) se desahogaba
poéticamente desde el Diario Constitucional con estos versos:
¡O
diez de Marzo!...venturoso día!..
Cual tú luciste, no
lució ninguno
Ni lucirá jamás: ¡
bendito seas
Por
siglos mil y mil, y otras mil veces!...
Y
una semana más tarde, el 17 del mismo mes, se organizaba una Junta Patriótica
en honor de Lacy compuesta de veinticinco ciudadanos de todos los estamentos de
la sociedad barcelonesa – nobleza, eclesiástica, militar, hacienda, letras,
comercio y artes- entusiastas admiradores del militar gaditano y de reconocida adhesión a su persona, para que
se dedicase en exclusiva a organizar el traslado a Barcelona de los restos del
héroe , celebrar aquí sus exequias con la mayor pompa y esplendor, y erigir un
monumento en su memoria. Reunida la
junta en la casa del Marqués de Llió se creó una comisión especial de la que
quedaron nombrados el Barón de Horst como presidente, Eudaldo Jaumandreu de
vicepresidente y Francisco Soler como secretario, a los que acompañaron siete vocales, entre ellos el anfitrión de la
casa Marqués de Llió y el comisario de guerra Miguel Plandolit. Estos se
pusieron de inmediato a trabajar, y mientras unos se ocuparon de invitar a
todos aquellos buenos patriotas, que así lo estimaran, a contribuir con su
aportación voluntaria a la honra del mártir de la libertad, otros se dedicaron
a recaudar y administrar el dinero, a repatriar los restos del cadáver y
organizar sus exequias, a hacerse cargo del sarcófago, y otros, en fin, a
preparar el proceso para levantar el eterno monumento que transmitiera a la
posteridad el heroísmo de Lacy y el
justo tributo de los patriotas. Para llevar a término estos encargos, sobre
todo el relativo al monumento conmemorativo,
se acordó la apertura de una suscripción pública. El Diario
Constitucional de Barcelona dio a sus
lectores la noticia de este hecho en los siguientes términos : “ Desde hoy
queda abierta en esta Ciudad la mencionada subscripción en la casa de los
notados recaudadores, que recibirán a cualquiera hora a cuantos tengan la
bondad de contribuir a llenar el plan, ya con dinero, ya con discursos que
ofrece admitir la Junta para la mayor ilustración del objeto, o ya con
prospecto o planes análogos al asunto; pues protesta la Junta ser su ánimo dar
al proyecto toda grandeza y aparato que ecsige el relevante mérito del bizarro
gefe a quien se dedica; y para ello es indispensable e invita al venerable
clero secular y regular, beneméritos militares de todos ramos, ilustre nobleza,
respetables togados y letrados, celosos comerciantes, artistas, hacendados y
demás clases y personas de esta Capital y Provincia, que coadyuven a perpetuar
la memoria del distinguidísimo Lacy, con intereses, luces y conocimientos para
terminar tan honrosa empresa y dar un testimonio de gratitud, como debido
tributo al mérito: en la inteligencia, que para mayor confianza de los Srs.
suscriptores se manifestará al público los nombres de los contribuyentes y las
cantidades contribuidas, a menos que alguno por delicadeza no lo permitiese; y
se dará un estado circunstanciado del modo, como, cuando y porqué se vayan
invirtiendo los caudales....” (23-III-1820). Las primera listas de
suscriptores publicadas en la prensa –
Diario Constitucional de Barcelona, 3 y 4 de Abril de 1820, y también por los
mismos días el Diario de Barcelona– la componían en su mayoría militares de
cierta graduación y también de mandos medios y de tropa, en nombre de ellos y
de sus compañeros, y hasta de regimientos enteros, como el de Infantería de
Córdoba o el de Murcia, con plaza en
Barcelona, e incluso de fuera de la Ciudad Condal, tal el caso del Batallón de
Cazadores de Barbastro, establecido en Vilafranca del Penedés. Las posteriores
a estas fechas incluían a personas de toda condición y de todos los estamentos
de la sociedad barcelonesa y de todo el Principado. No faltaba la colaboración
de la clase aristocrática, entre otros los marqueses de Gironella, de Senmanat
o de Vallagorguera, y también los de Alfarrás, Barbará, de la Manresana,
etc..., y los barones de Castellet o de Maldá; también suscribieron los
individuos del estamento eclesiástico, entre ellos el Prior y los conventuales
de los Agustinos Calzados, también el de los Carmelitas Calzados y su comunidad,
el Rector y miembros de Santa María del Pino, etc..; no faltaron los empleados
subalternos de la administración pública, o individuos de solvencia intelectual
como Juan Francisco Bahí, catedrático de Botánica, o el arquitecto Francisco
Renart y Arús, e individuos del comercio
barcelonés y fábricas de pintados cuya aportación quedó en el anonimato.
Uno
de los encargos de más compromiso para la Junta fue el de la comisión que viajó a Mallorca para hacerse con los restos
de Lacy, transportarlos a la Ciudad Condal, y disponer todo lo necesario para organizar las honras fúnebres del ilustre personaje, haciéndolas
coincidir con el tercer aniversario de su muerte, el 5 de julio de 1817.
Antonio Puig y Luca, Sargento Mayor de la Ciudadela de Barcelona,, miembro de
la Junta y encargado por ella de la relación de la pompa fúnebre con que
se celebraron las exequias de Lacy, y al
que seguiremos muchas veces a lo largo de este escrito, narró con poéticos
párrafos la salida y llegada de la comitiva barcelonesa que desembarca en Palma
para hacerse con los restos del Teniente General : “ ...Unos se arrojan al
mar a deshora de la noche, tienden la vela, desembarcan en la infausta orilla,
besan aun fresca la sangre del héroe, siguen el rastro, y con el ansia que Eneas
buscaba a su padre Anquises penetran las bóvedas, los sepulcros, los
subterráneos, y halla por fin al lastimoso cadáver en una miserable caja, sin
más que la misma camisa con que fue inmolado por el bárbaro despotismo. Venla
empapada en su libre como filantrópica sangre, y descubren con horror en aquel
rostro siempre sereno en medio del fragor de las batallas, los estragos del
plomo servil y fraticida...”. Pero todo fue mucho menos romántico de como
lo narra Puig y Luca. Reunida la Junta el 20 de marzo había determinado, una
vez enviados los oportunos oficios a las autoridades barcelonesas – Capitán
General, Jefe Político y Obispo- nombrar
emisarios a la isla de Mallorca para solicitar a las autoridades de la misma la
entrega del cadáver de Lacy, haciendo la competente exhumación de sus restos.
Los comisionados llegaron a la isla el 25 de aquel mismo mes en el jabeque
“Virgen del Claustro”, fueron recibidos con atención por las autoridades
locales, pasando al día siguiente a la
iglesia del Convento dominico de los de PP. Predicadores para abrir la
sepultura donde se hallaba enterrado Lacy. Abierta esta por los mismos que lo
habían allí depositado apenas tres años
antes, encontraron el cadáver íntegro y con las señales de las heridas que
habían provocado su muerte. Los preciados restos fueron introducidos en una
caja regalada por el Ayuntamiento de Palma y con todos los honores embarcados
en el jabeque rumbo a Barcelona : “...Eolo con favorable ventolina,
escribía nuestro Puig y Luca, impelía la ligera nave. Neptuno dentro del
cóncavo carro acompañado de Glauco y de Nerea, presidía el cortejo de dioses
marinos que formaban el acompañamiento del buque. Escamosos tritones sonando
los monótonos caracoles anunciaban por los anchos mares la fúnebre derrota, e inmensos
coros de armoniosas sirenas, al son de himnos poéticos, velaban el sueño eterno
del desventurado...” . El 31 de marzo la nave llegaba al puerto de la
Ciudad Condal, dando noticia escueta el Diario Constitucional de Barcelona : “
Embarcaciones entradas al Puerto el día de ayer: De Mallorca en 3 días el
Patrón D. Francisco Carbonell, mallorquín, jabeque Virgen del Claustro con
lana, lienzos, listados y otros efectos a varios, trae la correspondencia y las
reliquias del inmortal D.LUIS LACY Teniente general de los Egércitos
Nacionales...”. Una diputación de la Junta Patriótica de Lacy,
compuesta por cinco vocales, al frente
del Marqués de Llió, se encargó de recibir los restos del infortunado militar,
depositándolos en la iglesia castrense de la Ciudadela. Las actas de la Junta nos dan algunos
detalles de las decisiones adoptadas por sus miembros, entre ellas la de que
los restos llegados de Mallorca no serían expuestos a la curiosidad de los
ciudadanos en tanto no se hubieran cumplimentado algunas previsiones para poder
conservarlos en las mejores condiciones
y sin ningún peligro para la salud pública. Así se hizo, y una vez practicadas
las medidas higiénicas oportunas a fin de que el cadáver de Lacy pudiera ser
expuesto a la vista del público sin ningún peligro, se permitió ser visitado
por el público durante los días 13,14 y 15 del mes de abril- con un horario
establecido de 9 a 12 de la mañana, y de 4 a 7 de la tarde-, permitiendo ser
más largo este tiempo las atenciones de la misma Junta para la conservación de
tan preciados restos. Estos estuvieron siempre custodiado por sargentos del
Regimiento de Córdoba al mando de oficiales del cuerpo, permaneciendo allí
hasta que el 5 de julio, día señalado para el inicio de las honras fúnebres,
abandonó la capilla con destino a la iglesia de Santa María del Mar.
Hasta
este día la Junta Patriótica de Lacy trabajó incesantemente preparando los
actos cívico-religiosos que tendrían lugar en la iglesia del barrio de la
Ribera. Numerosas personas allegadas a Lacy aportaron objetos personales que
habían pertenecido al militar o relacionados con él, desde un sombrero con
galones de oro a una casaca de teniente general ; la viuda del héroe, Emilia
Duguermeur, hizo donación de insignias y uniformes del marido, y hasta de su
sable, “honor de España, terror de sus contrarios, y sostén de nuestras
leyes...”, escribirá Puig i Lucá ; su hermana Carmen Lacy depositó sobre el
féretro un retrato del héroe, en un marco de ébano con filetes de bronce,
regalo del escultor José Cabañeras;
también el general Villacampa, Capitán General de Cataluña y compañero
de armas de Lacy, cedió la faja usada por este . Consciente la Junta de la
importancia simbólica del acto solicitó, y obtuvo, una Real aprobación para
llevar a término su tarea, y para que el cadáver de Lacy recibieran los honores
de Capitán General; al mismo tiempo, según nos dice Puig i Lucá, todas las
autoridades barcelonesas, con el obispo Sitchar a la cabeza, seguido del
general Villacampa, el Jefe superior político, el Cabildo catedralicio, todo el
clero secular, la Diputación provincial, el Gobernador de la plaza, el
Ayuntamiento, el Vicario general castrense, las comunidades religiosas, las
cofradías, etc.., se excedieron en sus manifestaciones de adhesión, y hasta los
faquines de ribera, encargados de la conducción del cadáver, se ofrecieron
desinteresada y espontáneamente a participar activamente en el acto. También la
prensa se volcó en el acontecimiento. El Diario de Barcelona escribía en su
edición del 4 de julio, un día antes de las honras fúnebres : “ Se aproxima
el entierro del inmortal Lacy y a pesar de que desde la muerte del conde Lacy,
Capitán General que fue de esta provincia, no se ha visto otro entierro mejor
ni más lucido, no obstante debemos esperarnos triple o más que triple
lucimiento por nuestro héroe, porque ya no se puede dudar que de individuos de
las corporaciones que estén convidados no fallará ni uno siquiera, como no sea
por imposibilidades o defecto físico, y además ninguna de las comunidades de las
siete parroquias, aunque vayan gratis, querrá ser tildado de no haber asistido.
¿ Y las comunidades de religiosos no dejaran la rutina que acostumbran para el
Corpus y otras funciones de ir un número determinado ? Todos irán a porfía, y
además es muy probable vayan igualmente las demás comunidades que lo
acostumbran, como son Escolapios, San Cayetano, San Sebastián, San Felipe Neri,
etc...,incluso la comunidad de San Juan de Jerusalen, agregándose a esta la
multitud de clérigos sueltos, de modo que uno no quede sin haber contribuido a
tan solemne acto. En cuanto a la clase de empleados es regular que no faltará
ninguno en el supuesto de que al convidado que falte debe mirársele por
desafecto a nuestra libertad...”.
Nada se dejó a la
improvisación y para la ocasión hasta se imprimieron tarjetas de
invitación En una de ellas se escribía :
“ La muerte hace desaparecer los héroes, mas sus grandes acciones quedan
estampadas en los corazones de los Hombre; premio debido a la virtud de sus
hechos. La gloria pues de nuestra libertad fue la causa de la del E.S. Cpnl. D.
Luis Lacy, lloremos su pérdida, y reunámonos en el templo del Dios de los
Ejércitos con el título de S. María del mar a fin de celebrar sus
esequias.../...La Patria lo exige, el héroe Lacy desde la fría tumba lo espera,
y la Junta encargada de perpetuar su
memoria, en unión de los S.S. Oficiales de tres diversas causas qe. fueron
presos, pa. querer romper los hierros qe. nos esclavizaban, combidan a V. en los
dias 4 de Julio a las 4 de la tarde y 5 del mismo a las diez de la mañana...”. Se cambiaron los días puesto que en otra se
podía leer : “ La junta encargada de perpetuar la memoria del mártir de la
libertad española el E.S. D. Luis de Lacy, en unión con los individuos
comprendidos en sus tres diversas causas, convidan a U. a las 4 de la tarde del
5 de julio en la ciudadela pª acompañar con hacha el cadáver del héroe a la
iglesia de Sta. María del mar, y en esta el 6 a las 10 de la mañana donde se
celebrarán las exequias...”. La
causa debió ser la lluvia, porque en el Diario del zapatero Mateu Crespi
encontramos la siguiente anotación del día 5 de julio: “ Fue designado por orden del Rey de haser
el funeral del Teniente General D. Luis Lacy, y como por real orden se le deben
aser los honores de Capitán General por la mañana empezaron a disparar un
cañonazo cada media hora al medio dia en la Iglesia Catedral parroquia y
conventos tocaron hasta a la una a Difuntos a las 4 de la tarda se debia
berificar la función de llevar las cenizas de la Ciudadela a la Catedral pero
passó a llover que tuvieron de destinar la función por el día de mañana...”
Y
llegó el día señalado, que Puig i Lucá evoca en su relación con estas palabras
: “ El cinco de julio ¡ Españoles !
En que el gobierno, tan débil como tirano, escondió una docena de verdugos en
un rincón de España, para que vilmente asesinasen a un indefenso ciudadano...y
un ciudadano como Lacy...un segundo Padilla, cuyo mérito no es dado a
ignorantes serviles conocer. Apenas el lucero del alba ostentaba su brillantez
sobre nuestro horizonte, cuando un copioso llanto de la bella aurora presagiaba
a los Barceloneses el triste recuerdo del dolor. Asomase la tierna amante del
Tritón, y el lúgubre clamor de las campanas castrenses anuncia en la fortaleza
a los bravos militares la muerte del malhadado general. Prorrumpe el hueco
bronce en un quejido estrepitoso, y por tres veces lo repite, y toda la comarca
se estremece, se conduele y llora. Páranse espontáneamente de luto las
primorosas tiendas de la industriosa Barcino, y no se ven en sus adornos otros
artefactos que los del negro color...”.
Coincidiendo con la hora en que fuera fusilado Lacy en Bellver, las
cuatro y media de la madrugada, se
colocaron sus restos en un aparato, en el centro de la nave de la capilla de la
Ciudadela, quedando allí depositados, mientras cada treinta minutos el
estruendo de un cañón retumbaba por toda la ciudad, y aún en las villas
vecinas, recordando la triste y amarga nueva del funeral. Reunida en el templo
la Junta Patriótica Lacy se celebró misa, mientras compañeros del militar
honrado velaban sus restos , y los sacerdotes presentes cantaban salmos en
respetuosos coros fúnebres. Terminada la ceremonia y llegada la hora del
traslado a la iglesia de Santa María del Mar se reunieron dentro del recinto de
la Ciudadela las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, los cabildos y
comunidades, cofradías, toda la ciudad, en fin, para participar en el cortejo
fúnebre que les debía llevar hasta el templo de la Ribera.
Una
vez todo dispuesto, tres cañonazos anunciaron a la ciudad el inicio del cortejo
fúnebre que habría de llevar los despojos de Lacy hasta
la iglesia. El diario de Mateu Crespi nos da cuenta del episodio del modo que textualmente
transcribimos :
“
A las 6 de la mañana la poca tropa y los 3 Batallones de M.N.V. se formaron
por carrera de donde devia pasar el entierro.
A las 7 las comunidades de las Parroquias y comunidades
de religiosos pasaron a la Catedral y en procesión pasaron a la Ciudadela.
La tropa se formó del modo siguiente : el regimiento de
Córdoba desde la Ciudadela a Palacio; Artillería desde Palacio a la calla de la
Fusteria; 1º Batallón de Milicia Nacional Voluntaria desde la Fustaria a San
Frnco. de Asís; el 2º desde San Frnco. de Asis a la Rambla (de este no habia
mas que tres compañias); el 3º desde las Atarazanas asta la Portaferrisa; toda
la tropa formó desde la fuente de la Portaferrisa a la Plaza de la Cucurulla;
1º de M.N.V. desde la plaza dela Cucurulla asta la calla de la Tapineria,
pasando por la fuente de Santa Ana, calle dels Archs, plaza Nueva, calla de
Corribia; y el 3º desde la plaza del Angel asta la Parroquia de Santa maria del
Mar pasando por la Plateria.
A las 8 empezó la procesión o entierro de la Ciudadela
del tenor siguiente:
Dos Pregoneros de difuntos a caballo bestido de negro con
su campanilla; el escuadron de Artilleria con 4 piezas de artilleria, 4
caballos enlutados la banda de tambores y pitos de los Regimientos de la
guarnición y de la Milicia; la música de Córdoba, 18 niños con honiforme de
milicianos con achas; 30 individuos de la cofradía de la Purisima Sangre de
N.S. JesuCristo con el pendon, de 230 a 240 individuos con achas; las
comunidades de Parroquias y Religiosos, el Cabildo, los sargentos comprendidos en
la conspiración del difunto con armas a la funerala; los jefes y oficiales que
estuvieron presos en la Ciudadela con el difunto, y de estos llevaban las gasas
del ataud, que estaba colocado el cadaver del Difunto Lacy con la uniforme de
Capitán General, con las armas y corona de laurel; por cabecera tenia un león
como tenia los dos mundos atados con las patas de delante y tumbado la cabeza
mirando el difunto; hasta los sargentos de Córdoba que se ofrecieron
voluntariamente custodiar el cadaver mientras estuviese en la Ciudadela, con
armas a la funerala, la música del Regimiento de Murcia, todas las autoridades
civiles y militares con los S.S. Tenientes Generales y Mariscales de campo,
cerrando la carrera el Regimiento de caballos Dragones de Pavia.
Al llegar a la parroquia de Santa Mª del Mar colocaron el
cadáver en un magnífico catafalco ricamente adornado, y se empezó un solemne
aniversario con música, y acabado el M.R.P.M. Fra Eudaldo Jaumandreu de PP.
Agostinos Calzados, catedrático de Columia Politica y Constitución desempeñó la
Oración Fúnebre, y al fin cantaron un responso general”.
El Templo de la Libertad
Civil
En
su momento todos estuvieron de acuerdo en que los funerales de Luis Lacy fueron
unos de los más fastuosos entre los celebrados en Barcelona en los últimos
años, superando incluso, según algunos, a los de su tío el conde
Francisco Antonio Lacy, fallecido en la Ciudad Condal siendo Capitán General
de Cataluña, celebrados en 1793, a los del general Lancaster en 1802, o a los
de la reina María Amalia un año antes, en 1819. Si es exagerado afirmar esto,
es verdad que fueron unas honras fúnebres distintas, incluso en el diseño del
túmulo y en la selección de los mensajes iconológicos. Los que concibieron
estos, miembros de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona para la idea y el ingeniero militar y futuro
arquitecto José Massanés para el diseño y desarrollo, entendieron que siendo
Luis Lacy una figura clave en la lucha por la restauración de las libertades
civiles sancionadas por la Constitución de 1812, lo más adecuado para
representar esta idea era el de presentarlo triunfante en el Templo de la
Libertad, en una estructura de arquitectura efímera, de planta centralizada,
desterrando el obelisco o la forma piramidal de moda en aquellos años, y muy
querida por la época romántica y aún en años anteriores recientes. En cuanto a
la decoración, se optó por disponer una serie de sobrios elementos alusivos -
desaparecidos prácticamente con las ideas ilustradas los jeroglíficos,
emblemas, escudos y cornucopias, y los programas iconográficos propios de la
época barroca – con lápidas que hicieran referencia a los hechos militares de
Lacy, significativos para los barceloneses, encarnando los méritos del general
gaditano como luchador impenitente contra el deterioro de los principios
constitucionales prostituidos por el
incalificable rey Fernando y sus secuaces.
Los papeles de la Junta Patriótica de Lacy,
encargada de organizar todos los actos, nos muestran como esta se cuidó de que
la ceremonia fuera lo más lucida y brillante posible, y desechando un primer
diseño del monumento funerario había abierto posteriormente un concurso público
al que se presentaron siete proyectos; quedaron dos finalistas empatados a
votos, igualdad que fue rota por el voto de calidad del arquitecto Antonio
Cellés, quien optó finalmente por el
proyecto de Massanés, componente de la Junta y compañero y amigo de Lacy. No es
casual que fuera Cellés, entonces director de las clases de Arquitectura de la
Casa Lonja y vitrubiano confeso, el que finalmente decidiera la votación a
favor del proyecto del ingeniero militar, porque éste, desechando las formas
piramidales de los diferentes tipos de obeliscos funerarios, de moda en
aquellos años, optó por una forma clásica de templete , más apropiada,
según la Real Academia de San Fernando,
para celebrar sucesos donde el carácter
civil se imponía sobre el religioso. Y así sucedía en este caso.
De
este modo, en la nave central de la iglesia de Santa María del Mar se elevó un majestuoso catafalco en forma de
templo, con ocho columnas de orden
corintio sobre un basamento circular, al que se ascendía por cuatro tramos
enfrentados de escaleras, teniendo a sus pies sentadas sendas figuras plorantes
de gran tamaño, acompañadas de un vaso del que exhalaban perfumes olorosos. En
el fondo de cada una de las caras principales de este cuerpo se situó un escudo
de armas reales, adornado con hojas de laurel y encina e imitando mármol blanco, con la siguiente inscripción :
“ La patria, el trono, todo vacilaba, jura Fernando, todo se solida...”. En
las dos caras laterales se podían leer dos poemas :
Quien estas gradas
suba, y no se inflame
En el sublime ardor
del hombre fuerte;
Quien no prefiera
desastrosa muerte,
Y muerte innoble, a
respirar infame;
Quien ante Lacy
libertad no clame;
Y, como él, los
suplicios no desprecie:
Ni de amor patrio, ni
de honor se precie;
Ni varón libre, ni
español se llame
*
No marmóreo sepulcro
necesita
El generoso bienhechor del hombre,
Sus restos cada pecho
deposita,
Pues cada pueblo
atesoró su nombre.
Los hechos eternizan
al valiente.
A su elogio no bastan
inscripciones.
La tumba es solo un
término aparente.
Alcanzan más allá los
corazones.
En
el cuerpo de la base se imitaron
jaspes del país, y sobre el plano superior del basamento se instalaron
cuatro grupos de trofeos militares , de gran tamaño, simulando el bronce y el
hierro envejecidos, como símbolo de los triunfos de la libertad en todas las
épocas y en todos los países. En las ocho columnas que sostenían este Templo de
la Libertad , se inscribieron, bajo coronas de laurel y de encina, imitando el
bronce, los nombres de ocho personajes que habían ofrecido su vida por la
libertad nacional en distintos momentos de la historia de España :
Padilla, Lanuza, Porlier,
Mina, Sánchez Barbero, Vidal, Tirado y Acevedo. El friso de la cornisa que coronaba
el templete se adornó con bajorrelieves representando los atributos alusivos a
la Constitución, la Justicia, la Equidad
y la Libertad. Sobre el rebanco de la cúpula, en las dos caras principales, se
ubicaron algunos bustos representando mártires de la patria, con la
inscripción PATRIA, GRATIA, D.O.C. ,
esto es La patria agradecida, Dedica, Ofrece y Consagra este templo al
héroe... En el centro de la cúpula se ubicó una estatua de gran tamaño que representaba la Religión
Católica, una imagen femenina cubriendo con su manto los atributos de la
monarquía española constitucional y ofreciendo una corona al héroe.
En
la parte interior del arquitrabe se figuraron cuatro relieves alusivos al
desembarco de Lacy en Cataluña en 1811, el juramento de la Constitución por el
ejército a las órdenes de éste, en Manresa, una de sus muchas victorias en Cataluña,
y su muerte en el castillo de Bellver. En el interior del techo se creó un
artesonado en forma de bóveda rebajada, a imitación clásica, en cuyo centro se
representó el símbolo de la eternidad egipcio. Y en el centro del templete se
ubicó el sepulcro, en cuyos testeros se podían leer sendos epitafios en latín, que traducidos al
castellano decían :
En
el funesto espacio de tres siglos
Dos cadalsos se elevan
en España,
Muere Padilla,
Libertad perece.
Muere Lacy, y su
sangre derramada
Brota libres iberos,
que restauren
Honor y libertad a
nuestra patria
*
De la
inmortalidad al templo sacro
Se sube aquí, Aquí
recibe
De su virtud el alto
premio el héroe.
Y do estuvo el
sepulcro ora se erige
El monumento de su
noble gloria.
Ante
los testeros se ubicaron dos vasos lacrimales simulando ser receptáculo y
ofrenda del llanto de los barceloneses , y a
ambos lados del sepulcro dos inscripciones :
Levanta
Lacy la terrible frente,
Y por el vasto hispano
continente,
De libertad resuena el
libro santo,
No falta delator: en
vano aspira
A humillar en su
constancia el despotismo,
El cadalso redobla su
heroísmo,
La gloria le inflamó:
con gloria espire.
*
Nuestros
nietos jamás serán esclavos
Al ver a Lacy el
memorable ejemplo
Inscrito está su
nombre entre los bravos,
Que pueblan de la
gloria el ancho templo.
En esta losa aguzará
la espada,
Quien inflamado en
libertad se sienta.
De sangre, si a la lid
se ve incitado
Teñida volverá, pura
de afrenta.
Bajo estas líneas, sobre un zócalo, se dispusieron
trofeos y atributos militares alusivos a la categoría de Capitán General
otorgada a Lacy. Cubría el sepulcro una
losa sobre la que descansó durante todo el tiempo que duraron las exequias la
urna en la que habían sido transportados los restos del militar. Esta losa se
apoyaba sobre seis grandes mascarones de bronce, en los que se representaron
simbólicamente los vicios dominados por las virtudes patrióticas del héroe
honrado : el egoísmo, la adulación, el despotismo, la ambición, la hipocresía y
la bajeza. En el testero de la urna se colocó un gran león de bronce, en
actitud de rugir, sosteniendo sobre el cuerpo una cabeza que representaba la de
Lacy, girándose el animal hacia ésta en gesto de admiración, mientras que con
sus garras abrazaba los emblemas de la monarquía española constitucional y el
escudo de armas de la familia Lacy.
El interior de este “templo de la libertad”,
construido todo imitando el mármol blanco, estaba adornado con ropas negras
guarnecidas de franjas, flecos, cordones y borlas de oro, y los intercolumnios decorados con
pabellones. La única iluminación del túmulo la componían unos vasos llameantes,
candelabros y lámparas sepulcrales. La severidad de este monumento y los
adornos que lo acompañaban venían reforzados por el luto que revestía la
majestuosa nave de Santa María del Mar, en cuyo altar mayor, vestido también
con paños negros, y sobre un espacioso estrado, se ubicaron las autoridades,
corporaciones y personas más significativas de todas las capas sociales
barcelonesas, incluida una amplia representación del cuerpo diplomático
extranjero.
La
relación de Puig i Lucá nos da prolijas noticias sobre el gentío inmenso que
concurrió a visitar el monumento funerario y los restos del admirado Lacy,
mientras oían con reverencia las oraciones de los sacerdotes, y se admiraban de
las virtudes, servicios y esfuerzos del militar, detalladas en el brillante y
magistral panegírico realizado por Fray Eudaldo Jaumandreu, liberal confeso y,
con el también agustino Fray Agustín Pujol, uno de los oradores barceloneses
más brillantes de la época. De esta oración el editor Dorca imprimió
gratuitamente 5.000 ejemplares, y si Carreras i Candi la tachó de falsa y
vacía, hoy la debemos considerar como una magnífica muestra del género
oratorio.
Lejos
de las tradicionales referencias a los iconos religiosos de la oración fúnebre
barroca, fue una intervención en la que el orador hizo constante alusión a la
calidad de Lacy como héroe patrio, resaltando sobre todo sus prendas militares
: su fortaleza y honor, su pericia en el arte de la guerra, y su valor y
presencia de espíritu. Ante un auditorio propenso al entusiasmo, el agustino
engalanó su intervención con una oratoria elocuente, pintando primero una
Cataluña a punto de sucumbir en manos del invasor francés, sumida en el caos y
en el desaliento; después defendiéndola contra las tropelías
anticonstitucionales del despótico gobierno fernandino. Tocaba defenderla , y
ahora sí lo sacrificará todo, hasta su vida, para sacarla del cautiverio en que
gemía. Y así fue, afirmó categórico el
fraile. La patria le necesitaba y el valiente militar no supo ni pudo estar
inactivo viendo a su país juguete de las pasiones de tantos tiranos que la
humillaban, ni dejar de trazar planes para dar libertad a tantos buenos
españoles y librarles del pesado yugo que los oprimía. Jaumandreu no entró a
evocar, por todos sabidos, los hechos que condujeron a la detención de Lacy, a
su encarcelamiento y posterior
fusilamiento, que omitió, pero sí quiso, en cambio, conmover el corazón
de los asistentes, escenificando las últimas horas del reo, preso en el mismo
calabozo ocupado años antes por Jovellanos. El final de la oración estuvo bien
diseñado por el brillante orador agustino. Primero alagó a los barceloneses y
su fervor por el héroe, después acabó exaltando la figura de este exemplum
fortitudinis, condenado a muerte por la vileza del monarca y la debilidad
de algunos de sus falsos amigos y compañeros de armas. Libertador de Cataluña,
clamó fray Eudaldo, sus hijos pedirán perdón para él y correrán a los pies del
trono para intentar salvar su vida. Vanas esperanzas. El rey dejará ir al
patíbulo al valiente general. El elocuente predicador sabía a quien tenía ante
sí, atentos a sus palabras, cuando narró los últimos momentos del condenado,
conduciendo a su auditorio hasta la celda ocupada por el reo abocado a la
muerte. Allí yacía el militar, desfallecido y exhausto, pidiendo perdón por sus
pecados y debilidades, después comulgó.
Lacy se presentó ante el patíbulo más héroe que nunca, más que cuando
vencido el enemigo ceñía sobre su frente el laurel de la victoria. El héroe
recibirá el golpe mortal contra el pecho que había servido de escudo a los
soldados, los mismos que ahora dirigen sus manos contra el jefe que había
expuesto cien veces la vida para salvar las suyas y conducirlos hasta el templo
de la gloria. Al fín, la fusilería. Lacy no existía ya para el mundo, pero sí
perdurará para siempre en la memoria de los catalanes. Al acabar Jaumandreu su
oración se hizo en todo el templo un grave silencio, mientras desde el la
enlutada nave una voz llamaba :
Venid,
conciudadanos
sobre la tumba fría
del Héroe que fue un
día
de la Patria
esplendor;
venid,verted aromas,
que el sacro incienso
humea;
y la lúgubre tea
ya brilla en derredor.
Mateu
Crespi escribirá en su diario :
A
las 7 de la tarda la Reverenda comunidad de Santa Maria del Mar, el Pendón de
la Cofradia de la Purisima Sangre y 120 milicianos con achas, la música del
Regimiento de Murcia, fue llevado el cadaver de D. Luis de Lacy a la Ciudadela,
cantó la comunidad un responso, quedó y quedó depositado hasta nueva orden...” (Mateu
Crespi, “ Diario de Memorias de Barcelona y hotras partes del año 1820 hasta el
año ....”, A.H.M.B.).
---------------------------------------------------------------------------------------------------------
·
Entre otras referencias bibliográficas se han
consultado :
Diario
de Barcelona, Marzo a Julio de 1820, así como los mismos meses y año del Diario
Constitucional de Barcelona.
“Relación
de la pompa fúnebre con que en el mes de Julio de 1820, y en virtud.....se celebraron en esta capital las triunfales
exequias al cadáver del Excmo. Sr. DON LUIS LACY,
Capitán General de los ejércitos..., redactada por disposición de la Junta
Patriótica en honor del esclarecido
ciudadano Lacy..”, Barcelona : en la Imprenta de Juan Dorca”.
“Elogio
fúnebre que en las solemnes ecsequias celebradas por disposición de la Junta Patriótica......., dijo en la Parroquial
Iglesia de S.María del Mar el dia 6 de Julio de 1820 el R.P.M. Fr. Eudaldo Jaumandreu...,Barcelona: en la Imprenta
Constitucional de Juan Dorca.
Fontana,
Josep : “ La quiebra de la monarquía absoluta,1814-1820”, Barcelona, 1974,
págs. 245-255.
Yamamichi,
Yoshiko : “ Fiestas y celebraciones cívico-religiosas en la Barcelona Constitucional (1820-1823) , en Espacio,
Tiempo y Forma, Serie V, Hª Contemporánea, t.15,
2002,
págs. 123-155.